La vergüenza ajena activa las mismas zonas del cerebro que cuando vemos sufrir físicamente a alguien. / Jari Schroderus
La neurociencia cognitiva ha investigado mucho sobre emociones humanas, pero aún sabe poco sobre la vergüenza ajena. ¿Por qué lo pasamos fatal cuando vemos al compañero hablando con un trozo de lechuga en el diente sin darse cuenta? Estudios recientes demuestran que, ante alguien que pone en peligro su dignidad, se activan las mismas estructuras corticales que cuando sentimos compasión por el dolor del prójimo.
“Fremdschämen”, pronuncia el doctor Frieder Michel Paulus, científico alemán de la Universidad de Marburgo (Alemania). Un gorro de color rosa protege su pelo rubio de la brisa barcelonesa. “Llevo los zapatos desparejados, me di cuenta al bajar del avión”, contesta mientras se le escapa una sonrisa. Las pinceladas estrambóticas de su vestuario no le importan demasiado. Lo único que le interesa es investigar la vergüenza ajena, Fremdschämen en alemán. Eso que uno podría sentir al lado de alguien que, como él, no presta atención a la combinación de su calzado.
“En completa soledad, la persona más sensible sería por completo indiferente a su propio aspecto”, escribió Darwin. O, dicho de otro modo, “las emociones cobran una dimensión nueva en el contexto social: no es lo mismo perder al ajedrez en tu casa, que delante de todo el mundo”, como explica Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Pero ¿por qué sentimos vergüenza ante una situación embarazosa de la que ni siquiera somos protagonistas?
La neurociencia cognitiva ha ahondado poco sobre la vergüenza ajena en comparación con otras emociones sociales que engrasan el sistema moral de los seres humanos, como la envidia, la compasión y los celos.
El doctor Paulus forma parte de un equipo de investigación que ha estudiado en humanos esta emoción desde el punto de vista conductual y neuronal. El año pasado, en la revista de acceso abierto PLoS ONE , publicó junto con Sören Krach el trabajo Tus defectos me duelen, el primero de una trilogía que deja ver desde el principio el carisma de este particular científico.
La telebasura hecha musa
“Imagina la siguiente situación anecdótica. Asistes a un congreso. Mientras estás sentado en un auditorio abarrotado de gente ves al presentador caminando por el pasillo con un trozo de papel higiénico enganchado en su bolsillo trasero. Antes de que puedas dominar la situación y alertarle de la atención no deseada de todo el mundo, te imaginas lo que pensaran los demás sobre él, y que será motivo de burla”, comienza el informe.
“La vergüenza ajena depende directamente de la perspectiva del observador”, comenta el científico alemán, de visita en Barcelona. Su investigación continúa con un fragmento de la novela Las afinidades electivas del pensador alemán Goethe, publicada en el año 1809: “Cuando vivimos con personas que tienen un fino sentido del decoro, estamos en la miseria por su cuenta cuando algo impropio se ha comprometido”.
El doctor Paulus cita el pasaje de su paisano germano porque considera que “ilustra el concepto de la empatía y la teoría de la mente que nos permite imaginar en qué piensan los demás”. Pero la inspiración para su trabajo es mucho más pop que una novela de Goethe.
La estancia Erasmus del joven Frieder Michel Paulus en la ciudad noruega de Bergen coincidió con el auge de los reality shows al estilo de Operación Triunfo, precursores de programas donde los espectadores disfrutan juzgando a los concursantes, como el actual éxito de la MTV que precisamente se llama Vergüenza Ajena. Sus amigos se reunían delante del televisor para reírse de los fallos de los candidatos en las audiciones. Mientras todos disfrutaban viendo sus errores, él sólo sentía bochorno.
Sin palabras
Por aquel entonces al doctor Paulus le faltaba una palabra para referirse a la vergüenza ajena en su idioma. El diccionario alemán Duden –homólogo del manual de la Real Academia Española– no incluyó este término hasta el año 2009, en su edición número 25. “Antes decíamos que nos avergonzábamos por alguien o por algo para referirnos a la vergüenza ajena”, contesta por correo electrónico Werner Scholze-Stubenrecht, responsable de la edición del diccionario.
A pesar de que la vergüenza ajena sea un neologismo en Europa central, un total de 619 alemanes de 24 años de media –480 mujeres y 139 hombres– participaron en los experimentos del grupo coordinado por Paulus.
Los voluntarios respondieron un cuestionario sobre la intensidad de sus sentimientos en situaciones embarazosas. Además, 32 de ellos se sometieron a imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI, por sus siglas en inglés) para que los científicos pudieran observar las estructuras neuronales que se activaban durante un pasaje de vergüenza ajena.
El poso empático
La empatía, intermediaria de emociones sociales como la compasión y la agresividad, también desempeña su papel en este caso. “Cuando tienes vergüenza ajena sientes empatía por alguien que pone en peligro su integridad al violar las normas sociales –puntualiza el doctor Paulus–, se trata de una vergüenza empática”.
Además, su experimento neuronal mostró que, al percibir cómo otros destrozan sin pudor las normas sociales, el cerebro pone en marcha las mismas regiones que en momentos empáticos: la corteza insular y el córtex del cíngulo anterior, dos estructuras relacionadas con las emociones viscerales y la sensación de alerta, respectivamente.
“Son regiones en la interfaz de la cognición y la emoción”, indica Susanna Carmona, investigadora del Laboratorio de Imagen Médica en el Hospital Gregorio Marañón. Los escáneres cerebrales han mostrado la fuerte actividad de estas dos estructuras corticales cuando alguien siente compasión por el dolor ajeno, tanto físico como psíquico.
Siguiendo el mismo trazado neuronal de la empatía, el investigador Philip L. Jackson, de la Universidad de Washington (EEUU) ha indagado cómo los seres humanos perciben el dolor de los demás. Sus trabajos con neuroimágenes revelan un intercambio interpersonal afectivo en estas situaciones que activa las mismas rutas: córtex del cíngulo anterior y la corteza insular.
Esta capacidad de ponerse en el lugar del otro le da a la mente humana una dimensión de cerebro compasivo, tal y como lo llama un equipo de investigación de la Universidad Politécnica de Helsinki (Finlandia). Uno de sus estudios, coordinado por Riitta Hari, también indagó en los sistemas espejo de los humanos. Se ha comprobado que son mucho más detallados de lo que se había pensado.
La complejidad de las relaciones sociales
Nuestra respuesta afectiva hacia los demás depende de la propia habilidad de empatizar con los pensamientos y las intenciones ajenas. Y, además, reaccionamos de maneras diferentes en función de si percibimos o no el bochorno en el protagonista del momento ‘trágame, tierra’.
Según los resultados de las investigaciones de Paulus, el observador siente mucha más vergüenza ajena si el sujeto es consciente de su comportamiento ridículo, en comparación con las situaciones accidentales. El mismo resultado se invierte en personas con trastornos del espectro autista (TAE).
Este año, el equipo de investigación alemán ha publicado nuevos resultados sobre vergüenza ajena en un grupo de 32 personas con TAE. Estos individuos presentaban serias dificultades para ponerse en el lugar del otro, sobre todo en escenarios sociales complejos en los que alguien violaba las normas sociales adrede.
“Nuestros resultados nos pueden ayudar a abordar un espectro más amplio de la experiencia afectiva y darle la importancia que merece en el desarrollo humano y los trastornos clínicos”, concluye el doctor Paulus, que continúa con su cruzada de trasladar ideas de la psicología social a los escáneres cerebrales de la neurociencia.